domingo, 6 de septiembre de 2015

¿Por qué un banquero infeliz es un mejor banquero?

Los grandes artistas sufren. Ludwig van Beethoven perdió la capacidad de oír. Fiódor Dostoyevsky soportó la epilepsia, la pobreza y el exilio siberiano. Vincent van Gogh cortó una sección de su oreja izquierda y unos años más tarde se suicidó usando una pistola.
Los banqueros, por el contrario, rara vez se asocian con este tipo de vicisitudes. Su sueldo es demasiado alto y sus beneficios -que van desde rondas de golf en Augusta hasta paseos en fabulosos aviones privados- son exorbitantes.
Pero nuestros intermediarios financieros también sienten dolor, y en la actualidad existen razones para creer que los banqueros infelices son mejores banqueros, de la misma manera que los compositores, novelistas y pintores desdichados producen increíbles obras de arte.
Grande, norteamericano
La evidencia está representada por las contrastantes fortunas mundiales de los grandes bancos de Nueva York y Londres. En la actualidad, los grupos financieros estadounidenses claramente imperan. Incluso John McFarlane, presidente ejecutivo de Barclays, reconoció hace unos días: "Cuando nos referimos a los bancos de inversión dominantes, son los norteamericanos”.
Esto representa un curioso giro de los acontecimientos debido a que, no hace mucho tiempo, la opinión popular en el mundo empresarial mantenía que la estrategia de "poca reglamentación” en el sector financiero del Reino Unido conduciría a una migración de la actividad mercantil a Londres, resultando inevitablemente en beneficios para sus bancos.
Los miembros de la élite de Nueva York estaban tan temerosos que en 2007 Michael Bloomberg, alcalde de la ciudad en aquel entonces, y Charles Schumer, en su misma capacidad de senador del estado de Nueva York en aquel entonces como ahora, dieron a conocer un informe de McKinsey que documentaba las dificultades de conducir negocios bancarios en Estados Unidos.
Las dificultades incluían la existencia de autoridades duplicadas a nivel local y federal; la propensión nacional hacia el litigio; la paranoia regulatoria en relación con los derivados; y los costos de la aplicación de la Ley Sarbanes-Oxley de 2002, la cual requiere que los directores certifiquen la eficacia de sus controles internos y de los procedimientos de presentación de informes financieros.

"Para muchos ejecutivos, Londres cuenta con un mejor modelo de regulación”, declaró el informe. "Es más fácil conducir negocios allí, existe un diálogo más abierto con los profesionales, y el mercado se beneficia de normas de alto nivel basadas en principios establecidos por un solo regulador”.
Este tipo de conversación se redujo en gran medida con la posterior crisis financiera mundial, la cual expuso al Reino Unido como un punto débil en el régimen regulatorio global y convirtió al pueblo británico y a sus representantes en verdaderos opositores bancarios.
Intensificación de normas
Pero el dolor y el sufrimiento de los banqueros en Estados Unidos se intensificaron todavía más. Las multas de miles de millones de dólares por mala conducta se volvieron comunes, con el Bank of America pagando 75.500 millones de dólares solamente en acuerdos extrajudiciales hipotecarios, según Thomson Reuters.
La ley de reforma financiera Dodd-Frank de 2010 prohibió la negociación por cuenta propia por parte de los bancos y estableció la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor, descrita por Jeb Hensarling, un miembro republicano de la Cámara de Representantes, como posiblemente "la agencia federal más poderosa y menos responsable de rendir cuentas en la historia de nuestra nación”.
Fue doloroso. Los resultados se podían observar en los rostros de los banqueros. Lloyd Blankfein, director ejecutivo de Goldman Sachs, escondió su dolor detrás de su barba. Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, se convirtió en el "Rebelde sin Causa” de los servicios financieros -como James Dean en su famosa película- asegurando con frecuencia que los banqueros estaban siendo incomprendidos. "Los bancos están siendo atacados”, declaró a los periodistas este año.
Pero estos tristes e incompetentes individuos del sector bancario estadounidense no se están exactamente declarando en quiebra y esto presenta interesantes posibilidades. Tal vez toda esta regulación en Estados Unidos ha fortalecido a nuestros banqueros, concentrando sus mentes de una manera que hubiera sido poco probable en regímenes más permisivos.
Ya sucedió antes
Este tipo de escenario se ha dado antes. Durante la depresión de la década de 1930, el New Deal del presidente Franklin Roosevelt atacó los problemas del sector financiero de la nación, separando por completo la banca de inversión de la banca comercial con la aprobación de la Ley Glass-Steagall. El sector de valores resultante se convirtió en la envidia del mundo.
Es posible que pudiera ocurrir lo mismo en la actualidad. El 21 de julio de 2010, el día en que el presidente Barack Obama firmó la Ley Dodd-Frank, el precio de las acciones de JPMorgan cerró a 38,42 dólares. A fines de agosto era de 68,05. Durante el mismo período, el precio de las acciones de Goldman aumentó de 146,99 a 203,44 dólares. Tanto Blankfein como Dimon son grandes accionistas de sus compañías, lo cual significa que ahora son mucho más ricos.
Todo esto me recuerda al viejo éxito musical de John Cougar Mellencamp de la década de 1980. "A veces el amor no se siente como debiera”, decía la canción. "El dolor que me causas vale la pena”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario